28 marzo 2009

Hasta el viernes, cariño


No hay más que decir. Ahí se quedan desvalidos en el andén, mientras el(a) niño(a) de sus ojos coloca su maleta en el portaequipaje y luego se dirige con cierta celeridad a la fila de pasajeros que sube al autobús. Un último gesto furtivo y casi invisible a los padres, que avergonzado(a) subsana girando bruscamente la espalda.

El padre tironea del brazo de su mujer, aparentando que quiere marcharse de allí, harto de este papelón que se repita cada domingo de este puto año en que él(ella) se ha ido a estudiar la carrera fuera de casa, a otra ciudad. La madre aguanta las sacudidas y se mantiene pegada al sucio pavimento. No debe moverse. Es necesario estar así durante unos breves segundos. Hay que inspirar a fondo y tener aire suficiente
para lanzarse, una semana más, a las profundidades de la falsedad, el hastío y la desolación.

Aguantarán. Vaya si aguantarán. Eso lo saben bien todos los pobres papás huérfanos cuando ya no sirven
los juegos ni valen los pretextos.

20 marzo 2009

Sobre el nuevo arquetipo femenino y sus fantasmas

¿Son las mujeres más felices desde que en Occidente se ha impuesto el modelo Bridget Jones?
Bridget Jones fue el personaje creado, primero en prensa y luego en libro, por Helen Fielding a mediados de los 90 en la que se cuentan las aventuras de una treintañera británica, urbana, culta, con un buen puesto de trabajo pero con una vida sentimental calamitosa que no le sirve para esconder su profunda soledad. El estilo de este libro, El Diario de Bridget Jones y la consiguiente película prtotagonizada por Renée Zellweger, es deliberadamente risueño y aunque su autora haya dicho que está inspirado en la trayectoria de las grandes heroínas de la novela victoriana (Emma Woodhouse, Elizabeth Bennett, las hermanas Dashwood o Catherine Earnshaw) recuerda más bien la "patología" de los personajes de Woody Allen -cómicos a su pesar- y en especial a la emblemática Annie Hall.
El éxito multitudinario de Bridget Jones como arquetipo de la mujer moderna, ha originado un montón de secuelas en forma de películas, series, novelas, tiras cómicas etc... convirtiéndola en
el paradigma de la mujer joven que teniéndolo todo, no tiene nada que realmente considere importante.
Es la mujer occidental abandonada a su suerte después de descubrir que la conquista de sus derechos económicos y sociales no le conduce a la felicidad prometida. Es la mujer que descubre asombrada que añora el estilo de vida de sus "esclavizadas" madres o abuelas. La mujer que quiere pararse pero no puede o no le dejan, condenada a ser un caballero andante en pos de un Grial que sabe que puede ser únicamente una quimera, un engaño, una mentira para que no se venga abajo el tinglado de la farsa.
Ally McBeal, Carrie Bradshaw, Samantha Jones, Edie Williams, los personajes de Sexo en Nueva York, de Mujeres desesperadas, las almodovarianas de Mujeres al borde de un ataque de nervios, las Mujeres alteradas de Maitena nos presentan la acusada personalidad de mujeres autocríticas y por lo tanto sufrientes. Mujeres que se niegan a claudicar ante la realidad por muy dura que ésta sea. Son mujeres fortalecidas en el desengaño y se han vuelto algo cínicas y engreídas. Irremediablemente fuertes, atractivas e irresponsables.
En definitiva, son puros personajes de ficción.

16 marzo 2009

Sobre la falacia llamada envidia nacional


Se inventan un frase hecha: "La envidia es el pecado nacional" con su variante modernilla "La envidia es el deporte nacional" y nos condenan a oír semejante ordinariez saliendo de la boca de un ejercito de descerebrados hasta el final de los tiempos.
Afortunadamente siempre hay voces que recusan el casticismo. En 1980, Rafael Sánchez Ferlosio, siempre en la vanguardia de la disidencia cultural, publica un artículo titulado El mito de la envidia. En él dice entre otras lindezas:
"Pero yo no voy a indicar más que una cosa: el multitudinario coro de los que se dispondrían a rebatirme, asegurando que hay envidiosos sin fin, está exclusivamente compuesto de puros envidiados; no hay un sólo envidioso ni por casualidad"
Y sigue más adelante:
"Y si acaso alguna vez he podido llegar ocasionalmente a sospechar en alguien un sentimiento de envidia hacia un tercero, el dato es desde luego infinitamente insuficiente para justificar la inmensa pléyade de envidiados que sin callar un solo instante entona el indecente salmo de sus lamentaciones" (...)
Los envidiosos de España no son más que un mito, una fantasía de los envidiados; de modo que la envidia no es en absoluto el pecado nacional. O, mejor dicho, en cierta manera puede decirse que sigue siéndolo, porque si hay envidiados, aun no habiendo envidiosos, es forzoso admitir que de algún modo sigue habiendo envidia: la que ellos padecen como víctimas o reciben como destinatarios; no envidia emitida sino recibida, no envidia como acción de un envidiante, sino envidia como pasión de un envidiado"
En el documental La silla de Fernando de David Trueba en el que el genial e irascible Fernando Fernán Gómez se somete, a una larga y fantástica entrevista poco antes de su muerte, éste dice:
"El pecado nacional no es la envidia, sino el desprecio; o mejor dicho, el desprecio de la excelencia. Quien desprecia no desearía escribir las 1.200 páginas del Quijote, quien desprecia es el que dice: “Pues, chico, yo he leído 30 páginas del Quijote y no es para tanto”.
Es mi humilde y poco ilustre opinión, no hay suficientes personas, excepto los más fanáticos, que estén tan motivados como para desear convertirse en grandullones de 2,15 y asumir los problemas de espacio y peso que eso les ocasionaría. Tampoco hay muchos individuos dispuestos a transformarse en momias para conducir en posición mortuoria un vehículo a 200 kilómetros hora por un circuito que no deja de dar vueltas y vueltas y más vueltas. Incluso pocos estarían dispuestos a quemarse al sol en una sartén infernal jugando al tenis durante cuatro o cinco horas mientras cada uno de tus gestos es observado por una decena de cámaras y cientos de millones de individuos detrás de una pantalla.
¿La fama, el glamour, el dinero a cambio de la pérdida de tu anonimato y de poder llevar una vida sosegada? No, no hay envidia a las capacidades de los triunfadores, sólo a su éxito. Al éxito lanzado de forma descarnada al resto de humanos corrientes gracias a la pompa insoportable e insensata que le dan los medios.
En el fondo, cada una de esas imágenes de triunfadores es un pequeño escarnio a la conciencia individual de cada uno, que hace lo que puede intentando sobrevivir en un mundo injusto. Saber que alguien puede hacer lo que le gusta y hacerlo bien, lleva aparejado la conciencia del propio fracaso o la falacia quimérica de querer repetir lo que solo ellos han podido hacer.
Es justo y sano que la gente reaccione y quiera derribar a sus mitos. O los humanizamos, hay que conoce al dedillo sus errores y fracasos, o los destruimos. No podemos concebir que ellos puedan lograr metas que nosotros no podemos alcanzar. Un humano corriente no puede admitir la existencia de un humano de otra especie superior.
¿Es eso envidia? ¿Es desprecio, como decía Fernán Gómez?
Quizás los españoles sean un pueblo lo suficientemente viejo e inteligente para saber que los seres "gloriosos" tienen que pagar un precio por querer salirse del molde, y los "gloriosos" necesitan la confirmación de su gloria a través de la supuesta envidia y si acaso, el supuesto desprecio de sus semejantes.

10 marzo 2009

Sobre la importancia del pret-a-porter


Escoges de joven una ideología, o ella te escoge a ti que siempre es peor, y te pasas media vida huyendo de ella por su insistencia en amargarte tus mejores momentos.
  • Oye, que soy tu ideología. Hazme caso, leche.
  • ¿No ves que estoy ocupado puteando a mis subordinados?
  • Pero eso no era lo convenido. Me debes eterna fidelidad, te comprometiste a ello y debes cumplirlo.
No quieres hacerle caso. Es muy chungo ser esclavo de una ideología y sentirte como si te hubieras casado con ella. Pero te debes a la imagen que proyectas y está muy mal visto no tener ninguna a la que aferrarte. Piensa que no tener ideología es como no tener huellas dactilares o una talla determinada de ropa o de calzado.
En realidad, la ideología es una talla que se le pone al pensamiento para que no ande por ahí libre, a la buena de Dios. Antes, la ropa se hacía a medida y las tallas tenían una importancia mínima. ¿Qué más da que no conocieras tu talla si ya lo sabía tu sastre? Ahora no, ahora debes sabértela de memoria si no quieres quedar en ridículo ante el pretencioso vendedor de los Grandes Almacenes que ya te puso cara de asco cuando te vio venir con tus vaqueros gastados.
  • ¿Cómo, usted no sabe su talla? Espere que se la calculo. Hummm debe usar una cinco.
Te sientes como una vaca valorada en el mercado. Sutiles formas de humillación que ya no nos sorprenden por su persistencia en nuestras vidas. Es el peaje que hay que pagar por someterse al arbitrio del mercado.
Cuando llegó la moda pret-a-porter, el hombre empezó a darle importancia a las tallas tal como antes había empezado a darle importancia a las ideologías. El capitalismo y su disfraz, la democracia liberal, nos introdujo en un mundo de evolución constante, donde lo trascendente era la capacidad de progresar, de evolución, de no quedarse anclado en la inmutabilidad absolutista que hasta entonces se usaba. Había que tirar para adelante, creando una industria y desarrollando mercados cada vez más amplios, lo que es tanto como decir ávidos consumidores de mercancías. Frente a ese cambio los humanos tuvieron que definirse. Unos lo querían más rápido, otros más lento. Eso obligaba a tener una ideología y a hacer que los ciudadanos se agrupasen en facciones.
Desde entonces el capitalismo y consiguientemente la democracia liberal, han ido creciendo, universalizándose y al final están a punto de conseguir su mayor objetivo: un mercado global de consumidores compulsivos y obedientes.
Ya no son tan útiles las ideologías y menos las que cuestionan el régimen reinante.
Hay que simplificar tanto pensamiento. Admitamos a los defensores de la ortodoxia tradicional y permitamos, para que la cosa no quede muy obscena, una cierta una cierta alternativa humanitarista y bien pensante.
¿Eres de izquierdas?
¿Eres de derecha?
Lo importante es el pret-a-porter.
XL, XXL, L no se necesita más...

08 marzo 2009

Sobre la última lección del Chamán

(A derradeira lección do mestre = La última lección del maestro. Homenaje de Castelao a los maestros "paseados" en y tras la guerra civil)

Prescindamos de preámbulos, soy el Dr. Krapp y vengo a comunicarles que mi compañero de blog, el  hechicero amerindio que revoloteaba por estos pagos hasta hace unas semanas, ha escapado.

El tal Chamán Triste (Ver su historia en Un hombre llamado Triste) puso pies en polvorosa pensando que con sólo desearlo podría liberarse de los pestíferos olores de esta ciénaga inmunda. En su inocencia, desconocía que el mal ya le corroía por dentro y al llamar a su nagual -una resplandeciente águila real- para poder irse volando, solo pudo transmutarse en la escuálida figura de un lastimero gorrión famélico. Volvió aterrado a su abochornado cuerpo humano, pillo un taxi, se fue al aeropuerto internacional más cercano y compro un billete hacia cualquier otra parte del mundo lejos de este infierno cautivador. Dicen que en todo ese tiempo solo pudo musitar una mínima letanía:

  • Por favor, que haya algo más que ésto. Por favor, que haya algo más que ésto.
Pobre infeliz.
Me quedo como ser único en esta historia pero no se fíen, puede que crea que el único círculo realmente interesante es el que traza el culo de una copa bien llena sobre el mármol de una barra de bar. Tampoco es seguro, ya saben que las palabras casi siempre son un engaño y además esta de moda hacerse el chulo, el cool, el hipster. Eso sí, mis reservas de azucar están agotadas. Si buscan que les endulce la sobremesa vayan a otra parte, se lo ruego.
Saludos cordiales.

Doctor Krapp