25 abril 2010

De cigarras y hormigas: última variación sobre tan eterno tema


Ha sido una primavera turbulenta para el diligente pueblo hormiga. Antes de la primera jornada de trabajo, se hizo necesario crear una brigada para limpiar de restos de cigarra los territorios aledaños a la colonia. Un portavoz de la Casa Real nos manifestó, que con la medida se quería  evitar a toda costa que las nuevas hormigas obreras sufriesen trastornos que pudieran afectar a su productividad futura.
Como se recordará, cientos de cigarras han muerto por frío e inanición el invierno pasado tras la negativa de la Casa Real a ofrecerles manutención y alojo. En los primeros días de esta primavera no había voces que discrepasen con lo contundente acción gubernamental. La mayoría pensaba entonces que las cigarras se habían buscado ese desgraciado final por su postura cerril, ociosa e irresponsable. Los pocos que ponían algún pero, siempre a título confidencial, consideraban que  no se había agotado todas las posibles vías de negociación y no se había tenido en cuenta el hecho de que estas desgraciadas pertenecen a familias desestructuradas por la temprana muerte de sus madres - éstas fallecen al poner los huevos- con lo cual  es muy facil que las jóvenes ninfas, ante tanta libertad, terminen adoptando costumbres deplorables.
Sea lo que sea, aquel primer día de recolección fue extraordinariamente productivo y cuando terminó un montón de alegres antenas saludó al sol del ocaso.
Una jornada más y de vuelta al hormiguero.
Trabajar duro y luego descansar.
¿Trabajar, descansar? ¿Cómo hacerlo sin el necesario contrapunto de las cigarras?
Una semana más tarde el malestar se había instalado en la colonia. Primero la resignación, luego el creciente resonar de los funículos, más tarde el silencio. En la tercera semana se constató que la producción había bajado un treinta por ciento. Un día de esa misma semana apareció muerta una hormiga menor tras el pétalo mustio de una margarita. 

¿Suicidio?
En la cuarta semana hubo seis muertes más, pero lo más alarmante sucedió el segundo día de la quinta semana. Tras una redada de la Guardia Real en el sector HGJ324 de la colonia, fue descubierto un local clandestino de una organización religiosa hasta entonces desconocida “Los Adoradores de las Santas Cigarras”. Los asacios , como se llamaban entre ellos, rendían culto a una porción de ala de cigarra guardada en forma de reliquia. Aquel resto, inmediatamente eliminado, había sido recogido por la fundadora de la secta, una de las hormigas obreras de la  brigada de limpieza de las cigarras muertas.
Los intentos de la Casa Real, con su reina a la cabeza, para eliminar el desánimo entre la comunidad hormiguera fueron estériles. Se creó un orfeón musical, un grupo de teatro para difundir obras de los próceres de la cultura hormiguil e incluso se habló de participar con un equipo federado en la LIDI
(Liga Internacional de Deportes para Insectos). 
Nada funcionó. 
En los dos primeros casos la propuesta no tuvo mucha aceptación por parte de la colonia; en el último, fueron los componentes de la LIDI los que se opusieron a competir con un equipo tan poderoso como el que podrían organizar las poderosas y siempre organizadas hormigas.
Finalmente en la sexta semana, la Reina puso el caso en manos del Delegado General de Fabulandia en la Comarca, Camaleón Bonapata. Quizás a través de la fabulosa Fabulandia fuera posible encontrar  alguna prodigiosa solución que permitiese salir de ese agujero sin fondo al que nadie se atrevía a llamar crisis.   

El sabio delegado sacó su listado e hizo su primera llamada a los músicos de Bremen. No hubo formar de convencerlos, estaban muy a gusto en su retiro hanseático y no estaban dispuestos a meterse, tan ancianos, en un hormiguero y menos el burro. 
Llamó luego a Hamelin pero le dijeron que el flautista no podía ponerse ya que estaba en prisión tras ser procesado por pederastia en grado sumo. 
Los Aristogatos  ya no son tan callejeros y han sido contratados como big band, ahora acompañan a la Ratita Presumida en un casino de Las Vegas. ¡Cualquiera los saca de allí ahora! 
La última opción de la lista era Ariel, la Sirenita, pero sigue con sus habituales problemas de voz y está en tratamiento con un foniatra; además para que nos escape otra vez es vigilada día y noche por los sicarios de Tritón, su celoso padre.
Es una situación desesperada y Camaleón utilizó su último recurso, me llamó a mí.

  • Sapo Pepe Perreras,  tú eres el único que nos puedes ayudar. ¿Por qué no haces una llamada a tu audiencia, desde tu programa Al Bicho Vivo,  para saber si conocen  la manera de solucionar la terrible crisis por la que está pasando el pueblo hormiga?
Dicho y hecho. Lo que me pide Camaleón es palabra de distinción para mi. Aquí os dejo su  propuesta. Además me ha dicho que habrá una suculenta recompensa para quien ayude a las hormigas. ¿No os apetecería un exquisito terrón de azúcar que no ha pasado por boca humana?
Desde Al Bicho Vivo, un saludo muy cordial. Hasta la próxima semana amigos.

18 abril 2010

Juicio sumarísimo

  • ¿Sabe por qué la hemos hecho venir ante este tribunal? 
  • No lo sé pero que conste que yo no he hecho nada. Se lo juro señora juez. 
  • Deme el trato debido, soy jueza. ¡Así me tiene que llamar! Si no lo hace tendré que ponerle una multa por desacato. Vamos a ver, el asunto que le trae aquí está relacionado con su hija Jéssica. 
  • ¡Mi hija Jessy tiene 4 años, señora jueza! Pobrecita mía, ¿que puede haber hecho ella de malo? 
  • Hay una denuncia de su profesora de párvulos.
    Espere, me ponga las gafas y se la leo.
    Sí, aquí dice que “solicité a mis alumnas que dijesen de que querían venir vestidas en la fiesta de disfraces para el Carnaval. Entonces, Jéssica Pérez pidió la palabra y manifestó que le iba a pedir a su madre que le hiciese un traje como el de la princesa Blancanieves”.
     
  • Nooooo. 
  • Sí, señora Pérez. Su hija quería disfrazarse de un personaje creado en los repulsivos sótanos de la sociedad patriarcal para afianzar de forma grosera el sometimiento y explotación de la mujer. Cuentos que durante siglos fueron responsables de convertirnos en seres vegetales, amorfos y pasivos. Afortunadamente nuestras autoridades decidieron su prohibición y desde entonces, como sabe, su lectura y difusión acarrea duras penas en cárceles o en campos de reeducación ¿Se da cuenta ahora de la gravedad del delito? 
  • Sí, señora jueza. Pero mi hija todavía no sabe leer. ¡No lo comprende!
  • Su hija comentó a preguntas de su profesora que había encontrado ese libro en un viejo baúl en el desván de la casa de su abuela paterna y que usted, su madre, aunque reticente al principio, terminó leyéndole la historia de esa estúpida princesa. 
  • Era para calmarla, tenía un ataque de nervios y no dejaba de lloriquear y patalear.
  • Eso no justifica la gravedad del delito y usted sin duda es la máxima culpable por su comportamiento reprobable. Hummm solo veo una posibilidad para que las dos puedan salir bien de este asunto
  •  ¿Cual?
  • Echarle la culpa a su marido.
  • ¿A mi marido?
  • Sí, que pague las culpas él. Pasaría unos años en un campo de reeducación pero volvería a casa hecho una seda, como nunca podría imaginar. Se lo aseguro, si por mi fuera mandaría a todos los varones a campos de reeducación especial.
  • Pero él no sabe nada de esta historia.
  • La niña dijo que el baúl era de su papá y que allí guardaba cuadernos y libros de cuando era pequeño. Es lógico pensar que su marido estaba detrás de los comentarios de la niña y que propició la comisión del delito.
  • Pero eso no es cierto y además Jéssica dijo que había sido yo quien le había leído el cuento.
  • No hay problema con eso, el único testimonio válido es la de la profesora que por otra parte, es una militante ejemplar de la buena causa.
  • Pero él es inocente.
  • No hay hombres inocentes. Son culpables de todo el daño que le han hecho a las mujeres durante milenios. Esa y no otro es el verdadero significado de nuestra política discriminatoria: resarcirnos de todo el daño que nos hicieron y que lo sufran ellos en sus propias carnes.
  • Pero eso no sería justo.
  • Nada más justo que poner todo el peso en la balanza vacía hasta conseguir que se equilibre con la otra.
    Señora Pérez, ahora debe elegir entre su hija o su marido. Pero aténgase a las consecuencias: si toma partido por su marido perderá la custodia de su hija y no nos quedará más remedio que procesarla por promover ideas disolventes entre la infancia; en cambio, si opta por su querida niña él pasará dos años en uno de nuestros centros de rehabilitación pero volverá convertido en un ser útil para usted y provechoso para nuestra sociedad democrática y de derecho.
    Sin demora, debe elegir ya.
  • Señora jueza, no tengo opción posible. Haga lo que tenga que hacer.
  • Muy bien.
    Guardias, llévense a esta mujer y déjenla en libertad.
    Señora Pérez, me encanta comprobar que no es una traidora. Tiene principios.  ¡Es de las nuestras!

11 abril 2010

Del mito del buen salvaje, al salvaje bueno en la cama

Aquel tipo pesadísimo,  amante tajante de la prosopopeya llamado Jean Jacques Rousseau, cardenal primado de la Nueva Iglesia Racionalista, sublimó el concepto del buen salvaje hasta niveles realmente insoportables. J.J. adoraba la naturaleza virginal de los aborígenes no contaminada por los tejemanejes de la civilización. Para él, el salvaje era más por tener menos, ya que cuando se tiene menos se es más. ¿Podemos considerar a nuestros convecinos menos afortunados y en situación de penuria, como iguales a aquellos otros que viven en la indigencia fuera de nuestra civilización?  Muchos de sus seguidores no tuvieron empacho en proclamarlo e intentarían en ponerlo en marcha con la Revolución Francesa  y con todas las demás que vinieron después.

En aquel momento, no era el único en soltar semejantes prendas, otros racionalistas al uso como el cordial Johnny  Locke se manejaba por las mismas tesituras aunque de manera más moderada. Incluso el sarcástico De Foe  con su célebre Robinson navegaba sin naufragar por esos derroteros caritativos.
Fuera de la racionalidad endiosada, algunos próceres de la Anquilosada Iglesia de Cristo, con Bartolomé de las Casas a la cabeza, habían llegado a parecida conclusión al ver como los colonizadores puteaban sin mesura a los indios de allende los mares. Su idea se resumiría en algo así como: ¡Qué buenos son los salvajes, tan cerquita de la animalidad y tan cerquita de Dios!
Pasaron las hojas del calendario a ritmo de tam-tam y el Dios cristiano siguió sin dar señales de vida. Por estos pagos un día se murió Franco, que habiendo ejercido como Dios sustituto durante cuatro décadas, dejó a la gente desvalida y a la intemperie. ¿Qué hacer con la nueva libertad? Los varones cultos, avanzados y correctos no lo expresaban, faltaría más, pero tenían una idea muy clara: con la libertad hay que follar más.
Ellas, dando lecciones de sutileza y de paciente inteligencia, buscaron nuevos héroes que les alejase de la recurrente mediocridad sexual.
En aquellos tiempos estaba de moda un dúo psicómico erótico formado por William Howell Masters y Virginia Eshelman Johnson que investigaron durante años el enmarañado tema de la sexualidad humana aligerándolo de tabúes.  Estudiaron el "encontronazo sexual" de un montón de parejas y al final se curraron unas tablas muy chulas sobre las diferentes fases de la sexualidad. Ya las quisiera la luna lunera.  Un aprendizaje a machamartillo para nuestras conciudadanas y también para los varones, aunque éstos al principio se mostraron aparentemente reticentes ante los abracadabrantes descubrimientos de la sexología. Pero había más. Todo aquello fue complementado por un amplio abanico de buenas lecturas, es decir de alto voltaje erótico. Entre ellas destacaba  una novelita escrita en 1928 por un señor con toda la barba: El amante de Lady Chatterley.


Puede ser muy discutible, pero para mi este libro es el epítome perfecto del noviazgo moderno, nada xenófobo ni clasista, entre la  supuesta sofisticación civilizada -huérfana de alicientes sexuales de peso- y el supuesto poderoso primitivismo erótico, de los seres no intoxicados por nuestro castrador culturalismo . Todo muy supuesto es decir, muy falso. Dos mundos que tienen necesidad de complementarse y apoyarse mutuamente para no aburrirse ellos solitos. La historia de Mrs Constance con Oliver Mellors, el guardabosques, lleva al climax las viejas historias victorianas que tienen su exponente primiegenio en la historia de amor fou entre la rebelde Catherine Earnshaw y el repulsivo Heathcliff de Cumbres borrascosas. La niña sofisticada y culta necesita al ser primitivo para llenar los vacíos de la civilización. 

¿Habrase visto semejante ordinariez?



Aquella transición ilusionada ante los nuevos paradigmas sexuales. Para el varón, libertad= facilidad. Para las chicas cultas y sobradas un mundo hipotético de leñadores de clase baja, aulladores de la selva y hasta trompetistas de color, si se tercia:



Vivan las alternativas consoladoras. Si los ricos también lloran, como decía la archifamosa telenovela, quizás también puedan disfrutar mejor llevándose un salvaje a la cama. A fin de cuentas, son mas naturales, más animales y están más cerquita de Dios.


05 abril 2010

Sin ansia de llegar a puerto

El barco de la vida ha pasado delante de otro faro y ahora han vuelto las tinieblas.
Hace una semana todo eran expectativas de una futura felicidad festiva.
Ahora, desengañados por los resultados obtenidos, debemos buscar ansiosamente el siguiente mojón en el camino para mantener el pellejo a salvo de la tentación del abismo.
La vida como una sucesión de puntos de luz rodeados por un mar de tinieblas.
Una continúa ascensión hacia ninguna parte salpicada aquí y allí por luciérnagas escasas. Más escasas cuanto más tiempo acumulamos de vida. 

A más vida, más rutina, más vacío.
Esa sensación de que el tiempo se acelera está íntimamente vinculada a la progresiva ausencia de oasis de luz. A más distancia entre las señales, más sensación de tiempo perdido, más sensación de que el tiempo corre, vuela, se nos escapa de las manos.
Si viviéramos en los tiempos antiguos podríamos pedirle cuentas al zampabollos de Saturno pero ya sabemos que después de haberse comido a toda su parentela, fue expulsado del cielo por su indigerible hijo.
Si algún día decidiese volver a tomar las riendas y abandonase su dieta de mijo o berenjenas, no le quedará más remedio que echarle un buen bocado a esos contumaces mortales que en su ausencia manosearon ese latoso cachivache llamado tiempo.
Tragados por las horripilantes fauces del titán no tendríamos que oír de nuevo ese reiterada tontería del tremebundo ahorro que supone estirar o encoger la hora cada seis meses cual si se tratase de uno de aquellos viejos chicles Bazooka.
Para entonces, los gallegos podríamos saltar las hogueras de San Juan a una hora normal y no a las once que es cuando se hace de noche en nuestro solsticio de verano. Los mallorquines por su parte, podría tener animadas sobremesas en el almuerzo navideño, sin miedo de tropezarse con la luna invernal a la hora del café.
Lo del cambio de hora es un escarnio más de los manipuladores del tiempo. Sometidos y resignados a nuestra condición,  apenas nos quedan los pequeños pataleos sonámbulos. 

La cosa está así, hay que dejarlo estar. 
Como todo lo demás. 
El tiempo es un objeto demasiado sagrado como para que lo pueda manejar a su libre albedrío cualquier fulano.
Somos navegantes. Nuestro destino es bogar sorteando la oscuridad y a la espera de la siguiente lucecita que ilumine nuestro horizonte. 

Sin brújula, radio o compás. 
Sin pensar nunca en el puerto final. 
Navegantes sin ansia de llegar a puerto.