19 octubre 2011

El rey justo

Allí, en el reino donde se fabrican los cuentos todo era riqueza y prosperidad. Las factorías reales funcionaban a todo rendimiento elaborando historias de todos los colores, formas y tamaños que eran adquiridas con entusiasmo en franquicias y tiendas especializadas de los más lejanos lugares. Además, magnates sibaritas de todo el orbe gastaban ingentes fortunas encargando historias a medida que ensalzasen sus verdaderos o ficticios logros.
Solo el rey no era feliz. Cuando era príncipe heredero había recibido una exquisita y esmerada educación de grave contenido ético. Palabras como honestidad, rectitud, justicia no eran esas etiquetas de quita y pon que usamos los humanos corrientes para adornar discursos. Al rey se le habían metido muy adentro, las había hecho suyas y estaba dispuesto a ser intransigente en su cumplimiento, empezando por él mismo. Por eso le asaltaban las dudas.

  • Vamos a ver -pensaba, cosa que era capaz de hacer sin ayuda-Si los cuentos nos hablan de buenos y malos, de cómo los malos le hacen la puñeta a los buenos y de cómo al final triunfa la bondad, ¿no sería lógico que yo, rey justo y virtuoso, proceda a exterminar a los malos para facilitarle la vida a los buenos? Ahora bien si hago eso ¿no peligraría el negocio de los cuentos que tantos dividendos proporciona al reino y que ha hecho que el populacho me considere todavía más justo, más grande y más noble de lo que realmente soy? Deberé reunir a mi Consejo Real.
  • Majestad, si a Vuestra Excelencia le place acabar con los malvados, habrá que acabar con los malvados.
  • ¿Y no se resentirá nuestro negocio? En justicia no podemos fabricar cuentos con personajes maliciosos si nosotros hemos suprimido la maldad. Sería un engaño para los compradores- respondió el rey.
  • Como gustéis mejor, Majestad.
  • Lo que me gustaría es que tuvierais opinión propia y no me dijerais sí a todo, carajo.
Como no podía ser de otra manera, prevaleció en el rey el sentido de la justicia y decretó el exterminio de todo bicho malo. En pocos días, aquel tranquilo y próspero reino se convirtió en un lugar tan siniestro que haría temblar de pavor al cruel Ogro Comeniños. Hubo batidas tremebundas que acabaron con los lobos provocando un crecimiento nunca visto de la población de ovejas, cerditos y niñas con caperuza. Se les hizo lobotomías a los zorros para que no fueran tan astutos, lo que originó que quedaran a merced de las vengativas gallinas. Se prohibieron las madrastras por Real Orden lo que originó un aumento considerable de niños huérfanos. Se quemaron en fastuosas hogueras a todas las brujas que no poseyesen o no hubieran renovado el carnet oficial para ejercer las artes mágicas. Fueron envenenados varios miles de gatos negros y como resultado los ratoncitos se comieron la cosecha de los graneros. 
Era espantoso, una locura y las buenas gentes se echaban las manos a la cabeza mientras se rasgaban las vestiduras. 
Finalmente el rey justo se dio cuenta de que algo fallaba. Supo que sus súbditos empezaban a odiarle cuando surgieron los primeros tumultos y aparecieron en las calles pasquines con el dibujo de su silueta cubierta con una diana. Eso no fue todo, la Hacienda Real sufrió un grave quebranto cuando las manufacturas cuentiles "no-maliciosas" se acumularon en los almacenes por falta de demanda. No entendía lo que pasaba y decidió consultar a un famoso sabio desnudo que vivía en un apartamento-tonel debajo mismo del balcón desde donde el rey saludaba a las muchedumbres.
  • ¿Qué esperabas, rey? - le contestó el sabio después de aplastar cuatro pulgas que se habían enseñoreado de su sobaco- Te has cargado a un montón de seres inocentes que llevaban la etiqueta de malos por tradición. Ahora ya no hay malos, ni símbolos, ni tan siquiera metáforas de la maldad. Si no existe la maldad ¿tiene algún sentido la virtud? Y si la virtud tiene aún sentido deberíais empezar por ti mismo: en los cuentos se castiga a los reyes que hacen desgraciados a sus súbditos.
El rey asintió mientras una majestuosa lágrima se derramaba por sus reales mejillas. Por fin había comprendido la lección. Tenía que asumir su filosofía hasta el final. No tenía otra opción.
  • Sabio desnudo, has demostrado ser más justo y tener mayor sentido ético que yo, por eso es de ley que lleves mi corona. Tú dirigirás el reino y yo esconderé mi vergüenza en tu apartamento-tonel.
  • Quite de ahí, Majestad, yo no quiero esos honores.
  • Es lo correcto y lo correcto debe prevalecer sobre cualquier otra consideración. Si no lo aceptas serás ejecutado por atentar contra la Justicia Real.
El sabio dijo que sí porque a pesar de su escepticismo amaba su escueto pellejo. Al hacerlo se convirtió en el primero de una fecunda dinastía que ha gobernado hasta nuestros días. Esa que conocéis todos: la de los Reyes Desnudos.

10 octubre 2011

Seducción en negro

Los que amamos el séptimo arte, por encima de casi todo lo humano y divino, estamos perpetuamente seducidos por las películas de cine negro. 
El de siempre.
Quizás sean esos comienzos que te agarran al cuello de la camisa y no dudan en abofetearte para que despiertes de tu letargo.
(Sin diálogos significativos)

(Doblado al castellano)


O esas escenas que sin artificios gore ni explícitos sadismos contemporáneos, te enfrentan con un lado recóndito y oscuro que quizás no quisieras conocer.
(Sin diálogos significativos)

(En inglés. Para los que les parezca largo, el cogollo es a partir del minuto 2'35)

(Doblado al castellano)

Puede que sean esos finales expiatorios cuando caen las máscaras y la redención llega por sendas contradictorias:
La renuncia al amor en nombre de una dignidad perdida.
(Subtítulos en castellano)

o la renuncia a la vida en nombre del amor.
(En inglés. El cogollo a partir del minuto 2)

Hay muchos caminos para llegar a la Nada.

02 octubre 2011

La vaca que guiña (Kaskarilleira Existencial 14)

Lejos de Kaskarilleira el universo se vislumbra extraño y hostil. Por eso sus aborígenes preferimos quedarnos a cubierto, dentro de nuestro cálido mundo familiar y salir a la intemperie solo cuando se hace estrictamente necesario. 
En aquella mañana del naciente otoño me había arriesgado a cruzar los límites fronterizos de Kaskarilleira y asomarme a ese abismo de  degradación que la circunda más allá del cinturón de autovías. Polígonos industriales, almacenes chinos, puticlubs, chimeneas, vertederos incontrolados y un sin fin de naturalezas muertas. Allí, en medio de un barrizal salpimentado de hierba, pacía inalterable una vaca escuálida, singular resto suburbano de la imponente raza rubia que dominaba el país antes de que el vil metal nos trajese a esos hinchados bóvidos holandeses productores de leche.
La vaca pacía y yo la miraba. 

Yo la miraba mientras ella pacía. 
Finalmente, levantó la cabeza en mi dirección y de forma sorpresiva, me guiñó un ojo.  
Soy consciente de mi natural atractivo, reconocido tanto por tirias como por troyanas, pero me sorprendió el gesto del animal habida cuenta de que mis relaciones con esos cornúpetas nunca han traspasado los límites de la pura cortesía. 
Como además de guapo, soy un aguerrido detective privado, me adentré intrigado en el cochambroso pastizal en pos de la dama. No estaba ni a un metro de la interfecta, cuando la muy furcia giro sobre si misma y se largó parsimoniosamente. En ese momento, di un paso tras ella, perdí el equilibrio y caí hacia abajo. 
Aquella era una trampa miserable. Debajo de la hierba había un enorme agujero que me tragó en un segundo. 
Bajé lo indecible por aquel abismo funesto mientras mi dignidad revoloteaba conmigo, cual vestido de Alicia en similar situación.
Caí de culo sobre un terreno pastoso. Más pringoso que pastoso a decir verdad.
Lo toque y un mejunje blanco me manchó los dedos. 
Parecía merengue. 
Era, sin duda, merengue. 
Estaba sentado sobre una enorme tarta de merengue de varios pisos mientras alrededor unos extraños hombrecillos de color verde levantaban sus escuetos brazos hacia mí. Vestían esmoquin carmesí,  lucían unas inmensas orejas de conejo pero parecían felices.
  • Una vil emboscada-farfullé mientras intentaba deslizar mi mano manchada dentro de la chaqueta para encontrar la cartuchera de mi adorada Magnum.
  • No se precipite en tomar conclusiones, detective Arou. No tiene nada que temer de nosotros. Esta es nuestra forma de darle la bienvenida a Ananía. -el que hablaba era un tipo aparentemente semejante a los otros pero con la peculiaridad de poseer una extraña mata de pelo violeta donde los otros ostentaban el cráneo desnudo. Prosiguió su perorata:
  • Soy Gfunderkaltstesick aunque ustedes los de arriba me suelen llamar Xan das Covas. Así lo hacía el hombre en quien confiamos antes de usted llegase. (Ver Confesións dun superheroe) Pobre muchacho, al final como superhéroe no dio la talla esperada. Era un obseso del trabajo fijo. Prefirió devolvernos la capa, el traje de gaitero y ponerse a estudiar para conseguir un  puesto administrativo en nosequé universidad. ¿De que están hechos los hombres de su generación? ¿Cómo pueden renunciar a la gloria por una miserable seguridad profesional? ¿Es que cuando mueran alguien va a colocar en sus lápidas  "Subjefe del negociado 3º de la Sección de Nóminas. Grupo A"? ¿No tienen sangre en las entrañas? Usted al menos parece tener agallas. 
  • No tengo nada que perder. Todo me parece una mierda.
  • Ahora si que parece una mierda.  Salga de ahí y quítese esa ropa manchada. Pero antes...-calló subitamente, callaron los demás y un silencio ominoso recorrió aquella galería subterránea. Me decidí a romper el silencio:
  • ¿Antes?
  • Sí, antes quiero hacerle una pregunta trascendente y que nos mantiene en la zozobra a todos los habitantes de la Ananía: ¿es cierto que hemos bajado a Segunda? 
  • ¿Se refiere usted al Dep...?
  •  ¿A quién me voy a referir si no?-dijo el enano alterado.
  • Pues sí, estamos en Segunda y aún así, no somos los primeros.
  • ¡Mierda! ¿Qué coño han hecho con el elixir que les metimos en el licorcafé?