28 abril 2012

Sin novedad en la mente

A decir verdad el traje militar le quedaba de maravilla. Y no menos los complementos. Aquellas relucientes botas, el salacot colonial y por supuesto ese temible látigo trenzado que haría las delicias de cualquier sádico asesino de las SS. Ahora llegaba lo más difícil para un espíritu tan apacible como el suyo, pero estaba tan irritado que le costó menos esfuerzo de lo esperado:  
  • ¡Salgan de ahí, cagando leches! 
El primero desocupó su cabeza con cierta burbujeante vacilación, pero no tardó en encontrar una excelente  pista de aterrizaje en la soleada explanada de la terraza. Luego los demás le siguieron más decididos. En poco tiempo aquel espacio, habitualmente monótono y desnudo, se convirtió en una multitudinaria algarabía de voces chillonas y  vivos colores. 
  • ¡Silencio, dejen de comportarse como niños! Si les he bajado hasta aquí es para someterlos y disciplinarlos.
  • ¿Y eres tú quien lo va hacer? ¿Tú, que nos has creado? ¿Tú, que nos has convertido en los monstruos que somos ahora? ¿Tú, nuestro esclavo?
Nunca un globo malva , o lo que fuera aquello, se había atrevido a tanto. Tenía la voz inflada y mientras soltaba aquel chorro de preguntas, no dejaba de dar saltitos. 
  • Pequeño diablo saltarín, no creas  que no te conozco, eres uno de mis peores enemigos interiores.
  • Encargarme de controlar tu autoestima no me hace enemigo tuyo pero tampoco me voy a dejar domesticar.
  • ¿Controlar mi autoestima, querrás decir triturármela? Se te acabó el chollo, hermano, ahora soy yo quien va a dirigir mi cerebro.  No dejaré que me sigáis manejando a vuestro antojo tus compinches y tú.
  •  Bah, toda la fuerza se te va por la boca. Nunca has hecho nada sin contar con nosotros. Nunca. 
  • Pues será cuestión de intentarlo.
  • No me hagas reír, los pensamientos son la única creación importante en tu vida.  Prescindir de nosotros significaría tu propia inmolación.
  • ¡No os aguanto, dejad de torturarme! Siempre pinchándome. Un día tras otro. Dando vueltas a mi alrededor como crueles moscardones en la búsqueda de cualquier resquicio donde clavar vuestro veneno.
  • Es verdad, somos un poco juguetones; pero es que tu piensas mucho y nos has hecho fuertes y pesados.
  • Pues dejadme en paz, os lo ruego.
  • ¿Ves? ahora eres más razonable y solo con quitarte esa obsesión por dominarnos. Lo que te pasa es que te sientes mal con esa miserable vida que llevas. Échale la culpa a ella y no a nosotros que siempre estamos contigo a pesar de tus circunstancias. 
  • ¿Qué circunstancias?
  • Se objetivo, lo sabes de sobra. Deberías darte con un canto en los dientes por tener pensamientos tan poderosos siendo tan poquita cosa. Tan insignificante, vaya.
  • No me digas que soy insignificante, por favor. Me haces daño.
  • Está bien pero déjanos volver dentro. Hace frío aquí fuera, no estamos acostumbrados a esta intemperie.
  • Prometedme antes que no me vais a hacerme sentir que soy una mierda.
  • Prométenos a cambio que seguiremos donde estábamos, que no intentarás cambiar las cosas.
  • De acuerdo, pero no soy insignificante, eh. Que conste.

11 abril 2012

Como moscas contra los vidrios


He estado equivocado durante mucho tiempo. Demasiado.
Inevitablemente, soy heredero de la dialéctica hegeliana que entiende el mundo como confrontación de fuerzas opuestas. Pero no del tipo de las que propugna el mecanicismo marxista.  Si lo pensáis un poco, es de un simplismo casi infantil pensar que nuestro mundo puede ser explicado únicamente por la fricción de fuerzas productivas en busca de la hegemonía. No es que no exista ese conflicto, es que en su reduccionismo elimina cualquier otra posibilidad para explicar ese mundo complejo y extraño en el que nos ha tocado vivir. El problema del marxismo es el problema de casi toda la filosofía, la necesidad de encontrar el punto cardinal sobre el que se asiente el mundo. Algo que desde los presocráticos para acá todo pensamiento globalizador ha procurado. A veces pienso que buscando la llave nos hemos olvidado de como es la puerta.
Cualquiera de nosotros tiene una filosofía ad hoc, aunque a veces ni siquiera seamos conscientes de ella. Mi pequeña filosofía me cuchicheaba que el eterno conflicto era entre el hombre y el todo. El hombre que lucha por defender y aumentar su individualidad frente a un todo aplanador que quiere reducirlo a un simple elemento anónimo dentro de su construcción aparentemente arbitraria.
En esa lucha "heroica", el hombre habría ganado sucesivas batallas en pos de su individualización. Quizás la conquista de la propiedad privada fue una de las primeras, mal que les pese a algunos. También cuando aquel artesano anónimo puso firma a su obra y se declaró artista. La revolución francesa y la americana con su proclamación de los derechos del hombre y el posterior liberalismo del siglo XIX es otro ejemplo que me viene a la memoria.
Según mi interpretación, el hombre se ha ido desprendiendo de su carcasa tribal para hacerse más suyo. Incluso se podría pensar que esta subjetivización personalista que vivimos es la causante de la muerte de Dios. ¿Para que íbamos a necesitar a Dios si ya nos tenemos a nosotros mismos? El hombre separado de la grey no necesita una instancia superior que le marque la ruta. Y sin embargo...
Sin embargo todo lo que acabo de escribir es falso. La confrontación es lo que ha matado al hombre. La que la ha convertido en un ser neurótico y obsesivo en lucha constante consigo mismo. La que le he transformado en un genocida sanguinario que destruye todo lo que toca. En un ser que habiendo renunciado a convivir con su entorno, prefiere conquistarlo y someterlo. Ejerciendo el derecho de conquista, el hombre se siente feliz y poderoso. Más hombre. Pero para ello necesita a otros como él. Requiere reunirse con  los que considera sus iguales para luchar contra los diferentes. Necesita sentirse reconfortado compartiendo patrias y religiones, equipos y banderas, historia e ideales. Pero sobre todo, necesita enemigos
Sí, estaba muy equivocado en mi pobre filosofía, el hombre se va deshumanizando a medida que fortalece su individualidad. La individualidad rompe con el equilibrio natural entre todas las cosas porque tiene que forjarse a costa de lo que le rodea. Nutrirse de lo cercano para fortalecerse. Alimentar el ego que nunca está satisfecho y siempre quiere más y más. 

Al final nos hemos convertido en un conjunto de ciegos egos erráticos en constante conflicto. Como esas moscas que chocan y chocan contra los vidrios incapaces de enderezar el rumbo. Ese es nuestra auténtica dialéctica hegeliana. Nuestra verdadera confrontación.

01 abril 2012

¿Ya nunca podremos ver ésto?

"Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las fragantes flores son nuestras hermanas; el venado, el caballo, el águila majestuosa son nuestros hermanos. Las praderas, el calor corporal del potrillo y el hombre, todos pertenecen a la misma familia...

...Los ríos son nuestros hermanos, ellos calman nuestra sed. Los ríos llevan nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si os vendemos nuestras tierras, deberéis recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos y hermanos de vosotros; deberéis en adelante dar a los ríos el trato bondadoso que daréis a cualquier hermano...
Esto lo sabemos: la tierra no pertenece al hombre, sino que el hombre pertenece a la tierra. El hombre no ha tejido la red de la vida: es sólo una hebra de ella. Todo lo que haga a la red se lo hará a sí mismo. Lo que ocurre a la tierra ocurrirá a los hijos de la tierra. Lo sabemos. Todas las cosas están relacionadas como la sangre que une a una familia...
¿Dónde está el espeso bosque? Desapareció. ¿Dónde está el águila? Desapareció. Así termina la vida y comienza la supervivencia...."
(Fragmentos de la Carta del jefe indio Seattle de la tribu Suwamish al presidente de los Estados Unidos Franklin Pierce)